
Me levanté silenciosamente y me quedé siguiendo los leves ruidos que venían de afuera, hasta ver una silueta pasando por la ventana del baño.
Como
mi casa es muy segura, con rejas en las ventanas y trancas internas en las puertas,
no me preocupé demasiado, pero está claro que no iba a dejar al ladrón ahí,
contemplándolo tranquilamente.
Llamé
bajito a la policía e informé de la situación y di mi dirección. Me preguntaron
si el ladrón estaba armado o si ya estaba dentro de la casa.
Aclaré
que no y me dijeron que no había ningún móvil cerca para ayudar, pero que iban
a mandar a alguien en cuanto fuera posible.
Un minuto después llamé nuevamente y dije con voz calmada: “Hola, hace un rato llamé porque había alguien en mi jardín. No hay necesidad de que se apuren. He matado al ladrón con un disparo de escopeta calibre 12, que tengo guardada para estas situaciones. El disparo ha dejado irreconocible al tipo”.
Un minuto después llamé nuevamente y dije con voz calmada: “Hola, hace un rato llamé porque había alguien en mi jardín. No hay necesidad de que se apuren. He matado al ladrón con un disparo de escopeta calibre 12, que tengo guardada para estas situaciones. El disparo ha dejado irreconocible al tipo”.
Pasados
menos de tres minutos, había en mi calle cinco coches de policía, un helicóptero,
una unidad de rescate, un equipo de TV, una hinchada de los de los derechos
humanos, que no se perderían esto por nada del mundo.
Ellos
agarraron al ladrón in fraganti, que estaba mirando todo con cara de asombrado.
Tal vez él estuviese pensando que era la casa del Jefe de Policía.
En
medio del tumulto, un comisario se aproximó y me dijo: “Creí que había dicho que había matado al ladrón”.
Yo
contesté: “Creí que me habían dicho que
no había nadie disponible”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario