lunes, 30 de noviembre de 2015

EL DOLOR DE HUEVOS

Juan no tenía problemas y era feliz.
Un día empezó a sufrir dolores de cabeza, ligeros al principio, pero que fueron aumentando hasta llegar a ser insoportables.
Cuando su trabajo y su vida empezaron a ser afectados por este problema, Juan se decidió a ir al médico.
El especialista lo examinó, realizó radiografías, muestras de sangre, de heces, de orina, y por fin le dijo: Le tengo una noticia buena y una mala. La buena es que puedo curarle sus dolores de cabeza. La mala es que para hacerlo tendré que castrarlo. Usted sufre una rara situación en la que sus testículos oprimen la base de su columna vertebral, y eso le causa dolores de cabeza. La única manera de remediarlo es extirpar sus testículos.
Juan quedó deprimido, pero sus jaquecas empeoraban y desesperado decidió someterse a la operación.
Al salir del hospital, el dolor de cabeza había desaparecido por completo, pero se sentía abatido y desanimado, como si le faltara una parte de sí mismo (obviamente).
Lo que necesito es un traje nuevo, se dijo, así que entró en la tienda y pidió un traje.
El vendedor lo observó por un momento y dijo: Muy bien, talla 44.
¡Exacto! ¿Cómo lo supo?
Es mi trabajo, repuso el vendedor.
Juan se probó el traje, que le quedó perfectamente.
Mientras se observaba en el espejo, el vendedor le dijo: ¿Qué le parece una camisa nueva?
Juan respondió: Pues, ¿por qué no?
Veamos, ha de ser un 34 de mangas y dieciséis de cuello.
¿Cómo lo supo?
Es mi trabajo, repitió el vendedor.
Juan se puso la camisa y mientras se veía en el espejo, el vendedor le dijo: ¿Unos zapatos nuevos?
Por supuesto, dijo.
El vendedor echó un vistazo a los pies de Juan: Un 42.
¡Exacto! ¿Cómo lo supo?
Es mi trabajo, respondió el vendedor.
Mientras Juan admiraba sus zapatos nuevos, el vendedor le preguntó: ¿Qué le parece si se lleva también unos calzoncillos nuevos?
Juan por un segundo pensó en la operación que acababa de sufrir, y dijo: ¡Buena idea!
Debe ser calzoncillo de talla 36, dijo el vendedor.
Juan se rió: No, se equivoca. He usado ta­lla 34 desde los dieciocho años.

El vendedor negó con la cabeza: No es po­sible que use la 34; el calzoncillo estaría de­masiado apretado, le presionaría los huevos contra la base de la columna y tendría todo el día un tremendo dolor de cabeza

lunes, 23 de noviembre de 2015

DISTINTAS GENERACIONES

Abuelo y nieto, hablaban sobre los grandes cambios que ha habido en la vida desde que el abuelo fue un niño.
El abuelo: Mira, cuan­do yo era un niño como tú lo eres ahora, mi mamá me mandaba a la tienda que había en la esquina con 100 pesetas, lo que ahora son 60 céntimos de euro, para hacer la compra. Yo regresaba a casa con dos envases de mantequilla, dos litros de leche, un saco de patatas, dos quesos, un paquete de azúcar, una barra de pan y una docena de huevos.

El nieto: Abuelo, ¿en tu época no había cámaras de vigilancia?

lunes, 16 de noviembre de 2015

SEGUIR QUEDANDO A CENAR

Un grupo de amigas cuarentañeras se encuentran para elegir el sitio donde van a cenar todas juntas. Finalmente se ponen de acuerdo en cenar en el restaurante alemán de Sope porque los camareros están estupendos.
Diez años después, las mismas amigas, ya cincuentañeras, se reúnen de nuevo para elegir el restaurante donde ir a cenar. Finalmente se ponen de acuerdo en cenar en el restaurante alemán de Sope, porque el menú es muy bueno y hay una magnífica carta de vinos.
Diez años después, las mismas amigas, ya con sesenta, se reúnen de nuevo para elegir el restaurante donde ir a cenar. Finalmente se ponen de acuerdo en cenar en el restaurante alemán de Sope, porque es un sitio tranquilo, sin ruidos.
Diez años después, las mismas amigas, ya septogenarias, se reúnen de nuevo para elegir el restaurante donde ir a cenar. Finalmente se ponen de acuerdo en cenar en el restaurante alemán de Sope, porque el restaurante tiene acceso para minusválidos y ascensor.
Diez años después, las mismas amigas, ya octogenarias, se reúnen de nuevo para elegir el restaurante donde ir a cenar. Finalmente se ponen de acuerdo en cenar en el restaurante alemán de Sope, y todas coinciden en que es una gran idea porque nunca han cenado allí.

lunes, 9 de noviembre de 2015

ANÉCDOTA DE PEDRO MUÑOZ SECA

Don Pedro vivía, desde sus tiempos de estudiante, en una casa de Madrid donde atendía la portería un encantador matrimonio al que profesaba auténtico afecto.
Falleció la mujer, y a los pocos días el marido, más de pena que de enfermedad pues era un matrimonio profundamente enamorado.
El hijo de los porteros se dirigió a don Pedro, muy afectado tras la muerte de sus padres, y le pidió que redactara un epitafio para honrar su memoria.
Del corazón de Muñoz Seca surgieron estos versos:
Corría mil novecientos veintitantos y, en aquella época, era preceptivo que la Curia diocesana aprobara el texto de los epitafios que habían de adornar los enterramientos. Así que don Pedro recibió una carta del Obispado de Madrid reconviniéndole a modificar el verso, puesto que nadie, ni siquiera el propio Obispo de la diócesis o el Santo Padre, incluso, podían afirmar de un modo tan categórico que unos fieles hubieran ascendido al cielo sin más.
Don Pedro rehizo el verso y lo remitió a la Curia, del modo siguiente:
Nueva carta de la Curia. El Obispo, tras recriminar al autor lo que cree, con toda la razón del mundo, una burla y un choteo de Muñoz-Seca, le exige una rectificación ya que no es el Obispo el que no quiere, pues ni siquiera es voluntad de Dios. Él no decide nuestro futuro, sino que es nuestro libre albedrío el que nos lleva al cielo o no.
Así que don Pedro remata la faena, escribiendo un verso que jamás se colocó en enterramiento alguno porque la Curia jamás le contestó:

lunes, 2 de noviembre de 2015

100 PTAS - 20 DUROS

Hoy le he contado a mi nieto los grandes cambios que ha habido en la vida desde que yo, su abuelo, era un niño.
«Mira, cuando yo era un niño, mi mamá me mandaba a la tienda de la esquina con 100 pesetas, lo que ahora son 60 céntimos de euro, para hacer la compra. Yo llevaba a casa dos envases de mantequilla, dos litros de leche, un saco de patatas, dos quesos, un paquete de azúcar, una barra de pan y una docena de huevos».
Mi nieto me respondió: «Abuelo, ¿en tu época no había cámaras de vigilancia?»