martes, 24 de abril de 2018

VIAJAR EN TREN SIN BILLETE

Cinco matemáticos y cinco médicos iban en tren a un Congreso sobre Métodos Estadísticos en Medicina.
Los médicos tenían cinco billetes mientras que los matemáticos tenían sólo uno.
Los médicos se reían pensando en la multa que deberían pagar sus “tontos” compañeros de viaje.
En cierto momento uno de los matemáticos dio la voz de alarma: “¡Viene el cobrador!”.
Todos los matemáticos corrieron al baño más cercano y se encerraron dentro.
El cobrador, viendo que el baño estaba ocupado, golpeó a la puerta y dijo: “¡Billete, por favor!”.
La puerta se entreabrió y salió una mano con el billete.
El cobrador lo perforó y lo devolvió.
Cuando el cobrador se fue, los matemáticos salieron del baño y se fueron a sentar tranquilamente, mientras los médicos los observaban asombrados.
En el viaje de vuelta los médicos decidieron hacer la misma cosa y compraron sólo un billete.
Los matemáticos, sin embargo, no compraron ninguno.
En cierto momento, durante el viaje, uno de los matemáticos exclamó: “¡Viene el cobrador!”.
Los médicos corrieron apresuradamente a un baño y los matemáticos a otro.
Uno de los matemáticos sin embargo, antes de reunirse con sus colegas, golpeó la puerta de los médicos y dijo, imitando la voz del cobrador: “¡Billete, por favor!”.

martes, 17 de abril de 2018

DE VACILÓN A VACILADO

Ésta es una adaptación del acertijo lógico "El burlador burlado" que figura en el libro "¿Cómo se llama este libro?" de Raymond Smullyan, ed. Cátedra.

Siempre me ha gustado entretener a los niños pequeños. A mis dos sobrinos de 7 y 5 años, Daniel y Raúl, solía hacerles juegos de magia de todo tipo, especialmente con las cartas de la baraja. Habían cogido tal vicio, que nada más de entrar en su casa, me pedían que les hiciera algún truco.
Un día, al llegar, les dije:
Tengo un truco con el que os puedo convertir a los dos en leones.
Daniel: Vale, conviértenos en leones.
Bueno, puedo convertiros en leones, pero no lo voy a hacer porque luego no podría volver a convertiros en niños.
Raúl: Es igual, tú conviértenos en leones de todas formas.
De verdad, luego no hay forma de desconvertiros.
Daniel: ¿Y cómo haces para convertirnos en leones?
Pues, pronunciando unas palabras mágicas.
Raúl: ¿Y cuáles son las palabras mágicas? Dínoslas.
Si os las digo tendría que pronunciarlas y entonces os convertiría en leones.
Daniel y Raúl: (Pensando un momento) Pero, ¿no hay otras palabras mágicas que sirvan para desconvertir?
Claro que las hay, pero si digo las primeras palabras mágicas os convertiríais en leones, pero no sólo vosotros sino todo el mundo, incluido yo, y como los leones no saben hablar no quedará nadie en el mundo que pudiera decir las otras palabras mágicas para desconvertirnos.
Daniel: Pues, escríbelas.
Raúl: Jo, yo no sé leer.
Incluso escritas convertirían a todo el mundo en león.
Daniel y Raúl: ¡Ahhhh!
Al cabo de dos días, Daniel me llamó por teléfono y me dijo: “Tío, soy Daniel, quiero preguntarte una cosa que me trae de cabeza desde el otro día, ¿cómo hiciste tú para aprender las palabras mágicas?”.

martes, 10 de abril de 2018

EL BURRO DE HAKIM

Esta historia ocurrió en la antigua Bagdad.

Hakím era un vendedor de sal en la antigua vieja Bagdad. Cada día iba desde su casa al mercado con dos sacos de sal atados a las partes laterales de su burro. Un día caluroso, al atravesar el Tigris, el burro tropezó y se hundió en el agua fresca del río. Cuando el burro salió del río, Hakím notó que mucha sal se había disuelto y la carga, por tanto, era considerablemente más ligera para el burro. A partir de entonces, Hakím no podía evitar que el burro se zambullera en el río diariamente y arruinara parte de su carga de sal.
Pero, pensando y pensando, un día cargó el burro como de costumbre y, como de costumbre, el animal se hundió en el río. Entonces aprendió la lección y ya nunca más intentó zambullirse.
¿Qué hizo Hakím?
(La respuesta pronto en "soluciones")

martes, 3 de abril de 2018

EL MAESTRO Y EL ALUMNO

La historia que se narra a continuación dicen que ocurrió en la Grecia antigua.


Un maestro en sabiduría, el sofista Protágoras, se encargó de enseñar a un joven todos los recursos del arte de la abogacía. El maestro y el alumno hicieron un contrato según el cual el segundo se comprometía a pagar al primero la retribución correspondiente en cuanto se revelaran por primera vez sus éxitos, es decir, inmediatamente después de ganar su primer pleito.
El joven cursó sus estudios completos. Protágoras esperaba que le pagase, pero el alumno no se apresuraba a tomar parte en juicio alguno. ¿Qué hacer? El maestro, para conseguir cobrar la deuda, lo llevó ante el tribunal. Protágoras razonaba así: si gano el pleito me tendrá que pagar de acuerdo con la sentencia del tribunal; si lo pierdo y, por consiguiente lo gana él, también me tendrá que pagar, ya que, según el contrato, el joven tiene la obligación de pagarme en cuanto gane el primer pleito.
El alumno consideraba, en cambio, que el pleito entablado por Protágoras era absurdo. Por lo visto, el joven había aprendi­do algo de su maestro y pensaba así: si me condenan a pagar, de acuerdo con el contrato no debo hacerlo, puesto que habré perdido el primer pleito, y si el fallo no es favorable al demandante, tampoco estaré obligado a abonarle nada, basándome en la sentencia del tribunal.
Llegó el día del juicio. El tribunal se encontró en un verdadero aprieto. Sin embargo, después de mucho pensarlo halló una salida y dictó un fallo que, sin contravenir las condiciones del contrato entre el maestro y el alumno, le daba al primero la posibilidad de recibir la retribución estipulada.
¿Cuál fue la sentencia del tribunal?
(La respuesta pronto en "soluciones")