lunes, 30 de septiembre de 2013

VELOCIDAD EXCESIVA

Un policía de tráfico detiene a un conductor que conducía a excesiva velocidad y que se acababa de saltar un semáforo en rojo.
Policía: Buenos día, señor. Usted conduce a velocidad excesiva, ¿puedo ver su permiso de conducir?
Conductor: No tengo, me lo retiraron la última vez que cometí una infracción.
Policía: ¡Va conduciendo sin permiso! ¡Enséñeme los papeles del vehículo!
Conductor: No los tengo, el coche es robado.
Policía: ¿Conduce un coche robado y sin permiso?
Conductor: Sí, pero me parece que los papeles están en la guantera, los vi cuando guardé allí mi pistola.
Policía: ¿Tiene una pistola en la guantera?
Conductor: Sí. La puse ahí después de matar a la dueña del coche y meter su cuerpo en el maletero.
Policía: Pero, ¿me está diciendo que lleva Vd. un cadáver en el maletero?
Conductor: Así es, señor agente.
Ante lo grave que se tornaba el asunto, el policía alarmado opta por llamar por radio a su cuartel pidiendo refuerzos y llegan varias patrullas con un jefe.
Tras explicarles rápidamente la situación, el Comisario se aproxima cautelosamente al vehículo.
Comisario: Señor, ¿puedo ver su permiso de conducir?
Conductor: Por supuesto, aquí está.
Comisario: ¿A quién pertenece el vehículo?
Conductor: Es mío. Aquí tiene los papeles.
Comisario: No es lo que me dijeron. Por favor abra lentamente la guantera para ver si hay una pistola dentro.
Conductor: Con mucho gusto. ¡Oh, está el osito de peluche de mi hijo! Lo hemos buscamos por todas partes.
Comisario: ¿Podría abrir el maletero?
Conductor: Con mucho gusto. Llevo en él un ramo de flores para mi esposa; hoy cumple años.
Comisario: No comprendo, el agente informó que usted no tenía permiso de conducir, que el coche era robado, que llevaba una pistola en la guantera y que había un cadáver en el maletero.
Conductor: ¿El agente? Parecía que estaba un poco borracho. Sólo le faltó decir que iba con exceso de velocidad.

lunes, 23 de septiembre de 2013

FABULA DE LA TORTUGA Y LA LIEBRE

(Versión mejorada… y actualizada)
¿Recuerda Vd. la fábula de la tortuga y la liebre que siempre discutían sobre quién era más rápida?
Para dirimir la cuestión, decidieron correr una carrera.
Eligieron una ruta y comenzaron la competencia. La liebre arrancó a toda velocidad y corrió enérgicamente durante algún tiempo.
Luego, al ver que llevaba mucha ventaja, decidió sentarse bajo un árbol para descansar un rato, recuperar fuerzas y luego continuar su marcha.
Pero pronto se durmió. La tortuga, que andaba con paso lento, la alcanzó, la superó y terminó primera, declarándose vencedora indiscutible.
Moraleja: Los lentos y estables ganan la carrera.
Pero la historia no termina aquí: La liebre, decepcionada tras haber perdido, hizo un examen de conciencia y reconoció sus errores. Descubrió que había perdido la carrera por ser presumida y descuidada. Si no hubiera dado tantas cosas por supuestas, nunca la hubiesen vencido.
Entonces, desafió a la tortuga a una nueva competencia. Esta vez, la liebre corrió de principio a fin y su triunfo fue evidente.
Moraleja: Los rápidos y tenaces vencen a los lentos y estables.
Pero la historia tampoco termina aquí: Tras ser derrotada, la tortuga reflexionó detenidamente y llegó a la conclusión de que no había forma de ganarle a la liebre en velocidad. Como estaba planteada la carrera, ella siempre perdería. Por eso, desafió nuevamente a la liebre, pero propuso correr sobre una ruta ligeramente diferente. La liebre aceptó y corrió a toda velocidad, hasta que se encontró en su camino con un ancho río. Mientras la liebre, que no sabía nadar, se preguntaba "¿qué hago ahora?", la tortuga nadó hasta la otra orilla, continuó a su paso y terminó en primer lugar.
Moraleja: Quienes identifican su ventaja competitiva (saber nadar) y cambian el entorno para aprovecharla, llegan primeros.
Pero la historia tampoco termina aquí: El tiempo pasó y tanto compartieron la liebre y la tortuga, que terminaron haciéndose buenas amigas. Ambas reconocieron que eran buenas competidoras y decidieron repetir la última carrera, pero esta vez corriendo en equipo. En la primera parte, la liebre cargó a la tortuga hasta llegar al río. Allí, la tortuga atravesó el río con la liebre sobre su caparazón y, sobre la orilla de enfrente, la liebre cargó nuevamente a la tortuga hasta la meta. Como alcanzaron la línea de llegada en un tiempo récord, sintieron una mayor satisfacción que aquella que habían experimentado en sus logros individuales.
Moraleja: Es bueno ser individualmente brillante y tener fuertes capacidades personales. Pero, a menos que seamos capaces de trabajar con otras personas y potenciar recíprocamente las habilidades de cada uno, no seremos completamente efectivos. Siempre existirán situaciones para las cuales no estamos preparados y que otras personas pueden enfrentar mejor.
La liebre y la tortuga también aprendieron otra lección vital: cuando dejamos de competir contra un rival y comenzamos a competir contra una situación, complementamos capacidades, compensamos defectos, potenciamos nuestros recursos... y obtenemos mejores resultados.

lunes, 16 de septiembre de 2013

EL EXTRAÑO ACCIDENTE

Explicación de un albañil gallego a la compañía aseguradora que no comprendía, debido a la naturaleza de sus lesiones, cómo podía haber ocurrido el accidente. La trascripción fue obtenida de una copia del archivo de la aseguradora. El caso fue juzgado por el Tribunal de Primera Instancia de Pontevedra.
Excelentísimos señores: En respuesta a su pedido de informaciones adicionales declaro:
En el ítem nº 1 sobre mi participación en los acontecimientos, mencioné: "tratando de ejecutar la tarea y sin ayuda", como la causa de mi accidente. Me piden en su carta que dé una declaración más detallada, por lo que espero que lo que sigue aclare de una vez por todas sus dudas.

Soy albañil desde hace 10 años. El día del accidente estaba trabajando sin ayuda, colocando los ladrillos en una pared del sexto piso del edificio en construcción en esta ciudad. Finalizadas mis tareas, verifiqué que habían sobrado aproximadamente 250 kilos de ladrillo. En vez de cargarlos hasta la planta baja a mano, decidí colocarlos en un barril, y bajarlos con ayuda de una roldana que felizmente se hallaba fijada en una viga en el techo del sexto piso.
Bajé hasta la planta baja, até el barril con una soga y, con la ayuda de la roldana, lo levanté hasta el sexto piso, atando el extremo de la soga en una columna de la planta baja. Luego, subí y cargué los ladrillos en el barril.
Volví a la planta baja, desaté la soga, y la agarré con fuerza de modo que los 250 kilos de ladrillos bajasen suavemente (debo indicar que en el ítem nº1 de mi declaración a la policía he indicado que mi peso corporal es de 80 kilos). Sorpresivamente, mis pies se separaron del suelo y comencé a ascender rápidamente, arrastrado por la soga.
Debido al susto, perdí mi presencia de espíritu e irreflexivamente me aferré más aun a la soga, mientras ascendía a gran velocidad.
En las proximidades del tercer piso me encontré con el barril que bajaba a una velocidad aproximadamente similar a la de mi subida, y me fue imposible evitar el choque. Creo que allí se produjo la fractura de cráneo.
Continué subiendo hasta que mis dedos se engancharon dentro de la roldana, lo que provocó la detención de mi subida y también las quebraduras múltiples de los dedos y de la muñeca. A esta altura (de los acontecimientos), ya había recuperado mi presencia de espíritu, y pese a los dolores continué aferrado a la cuerda. Fue en ese instante que el barril chocó contra el piso, su fondo se partió y todos los ladrillos se desparramaron.
Sin ladrillos, el barril pesaba aproximadamente 25 kilos. Debido a un principio simplísimo comencé a descender rápidamente hacia la planta baja. Aproximadamente al pasar por el tercer piso me encontré con el barril vacío que subía. En el choque que sobrevino estoy casi seguro se produjeron las fracturas de tobillos y de la nariz. Este choque felizmente disminuyó la velocidad de mi caída, de manera que cuando aterricé sobre la montaña de ladrillos sólo me quebré tres vértebras.
Lamento sin embargo informar que, cuando me encontraba caído encima de los ladrillos, con dolores insoportables, sin poder moverme y viendo encima de mí el barril, perdí nuevamente mi presencia de espíritu y solté la soga. Debido a que el barril pesaba más que la cuerda, descendió rápidamente y cayó sobre mis piernas, quebrándome las dos tibias.
Esperando haber aclarado definitivamente las causas y desarrollo de los acontecimientos, me despido atentamente.

lunes, 9 de septiembre de 2013

LA SEQUÍA

Como consecuencia de la sequía que asolaba el departamento mexicano de Las Castañas, en 1833, el Alcalde mayor del pueblo decretó:
Art.1: Si en ocho días desde la fecha, no llueve abundantemente, nadie irá a misa ni rezará.
Art.2: Si la sequía dura ocho días más, serán quemadas las iglesias, conventos, capillas...
Art.3: Si tampoco llueve en otros ocho días, serán degollados los clérigos, frailes, monjas, beatas y santurrones.
Además añadía: "Y por el presente se conceden facultades para cometer toda clase de pecados, para que el Supremo Hacedor entienda con quién tiene que vérselas".
La noticia fue publicada en el diario La Libertad.
Afortunadamente, llovió.

lunes, 2 de septiembre de 2013

NORBERT WIENER Y LA MUDANZA

Estaba previsto que al cabo de un mes el profesor Wiener y su familia cambiasen de casa. Su mujer, que conocía perfectamente la cabeza de su pareja, comenzó a recordarle todos los días, antes de que su marido saliese para clase, los avatares de la mudanza: "Norbert, acuérdate que dentro de treinta días nos cambiamos de casa y que, cuando salgas de la universidad, no tendrás que coger el mismo autobús sino el que te llevará a la zona de nuestra nueva morada". "Si querida", respondía Wiener.
Así día a día, la paciente esposa, advirtió a su marido del cambio. "Hoy es el día". - le indicó - "Recuerda que debes subir, al salir de clase, al autobús que te llevará a nuestra nueva casa". "No te preocupes. Adiós, querida".
Claro está, al salir de la universidad, Norbert cogió el autobús de siempre. Llegó a su antigua casa y al bajar se dio cuenta que ya no vivía en aquel lugar.
Como no sabía ir, desde allí, a su nueva casa, cogió de nuevo el autobús que le llevaba todos los días a la universidad. Se bajó y esperó a que llegase el otro. Se subió y llegó a la zona residencial que albergaba su nueva vivienda. Al bajar se encontró con una gran número de chalet y no fue capaz de identificar el suyo.
Empezó a dar vueltas. Se estaba haciendo de noche y todavía no había encontrado su hogar. Perdido, se acercó a una niña que iba por la calle y le dijo: Perdona, ¿no sabrás dónde viven los Wiener?
La niña: "Si papá, venga, te llevo a casa".