
Había yo planteado la primera cuestión, antes llamada
pregunta, en los siguientes términos: Escribe el nombre del autor de Don
Quijote. Me pareció un comienzo satisfactorio, suficiente para que fuesen entrando
en calor y ganando en confianza mis educandos, antes de interrogarlos sobre
arduas figuras textuales. Pero allí estaba, acechándome como el guarda al
furtivo, la tremenda respuesta de mi alumno: Lopezdebega. No lo dudé un instante:
taché la contestación y escribí "MD" en el margen, con trazo firme.
Todo el mundo sabe que Don Quijote es obra de Cervantes. Además, escribir, Lope
de Vega de aquella forma que el chaval lo había escrito mostraba un absoluto
desconocimiento de lo más elemental de la Literatura y aún de la Ortografía.
Pero, entre las brumas de mi pesadilla, vi cómo
sobrevolaban mi cabeza, BOEs, Disposiciones Transitorias del Ministerio,
Circulares, Recomendaciones del Gabinete de Orientación, Actas de la Comisión de Coordinación
Pedagógica, Amenazas de la
Asociación de Padres... y comencé a dudar. El alumno parecía
errar el concepto, sí, pero eso de que Cervantes escribió el Quijote no deja de
ser un acuerdo transitorio entre académicos y otros estudiosos. ¿Acaso sabemos
con exactitud cuántas de las obras atribuidas a Shakespeare le pertenecen a
ciencia cierta? ¿Existió Homero con carne de mortal? ¿Era Cervantes judío o
bujarrón? ¿Sabemos siquiera qué día nació? ¿Qué sorpresas no nos separarán
futuros estudios cervantinos? De modo que, ojo, no deduzcamos, así por las
buenas, que el muchacho yerra en el apartado conceptual. Y mucho en el procedimental:
el alumno contestó a la pregunta, escribió, incluso tuvo que leer o, al menos,
escuchar en clase para llegar a la conclusión Lopezdebega. Es más: Lope de Vega
y Cervantes fueron coetáneos, lo cual demuestra el poder asociativo del chaval
respecto de los períodos históricos. No hablemos de ortografía: bien sabido es
que el propio Cervantes llegó a firmar Cerbantes. Y ya la voz de García Márquez
en la tinieblas de mi pesadilla: "No a la ortografíaaaa...!" Ni
hablemos tampoco del terreno actitudinal: aquel chico había asistido al examen,
se había sentado al pupitre, no me había insultado ni siquiera mirado con repugnancia.
¿No revela tal comportamiento una disposición positiva ante el mundo de la educación?
¿Acaso debería medirlo por el mismo rasero que a aquellos que acuden a mis enseñanzas
bajo el efecto de alcoholes o psicotrópicos, o que no acuden, incluso,
prefiriéndome en favor de las máquinas tragaperras y el naipe?
Taché el "MD" y escribí al lado "Suficiente".
Pero de las oscuridades somnolientas surgían de nuevo Resúmenes de las Sesiones
del Consejo Escolar, Emanaciones Dispositivas de la Jefatura de Departamento,
Conminaciones de la Inspección
de Enseñanza Secundaria, Contenidos Mínimos, Adaptaciones Curriculares... y
seguí dudando. ¿A qué abismos abyectos se vería abocado mi alumno con tan exigua
calificación? ¿No engendraría en él acaso un odio cerval a la literatura, capaz
de arrojarle en brazos de la desobediencia a los mayores, el desprecio a las
instituciones y quién sabe si al crimen? ¿Cuántas horas no habría invertido en
el estudio del barroco, privándose de esparcimientos deportivos o del cultivo
del amor adolescente? Taché de nuevo y escribí: "Notable".
Lopedebega, notable. Un sueño reparador siguió a la pesadilla. Había cumplido
con mi deber docente.
(Francisco García Pérez. La nueva España. 9-4-1998)
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