martes, 22 de mayo de 2018

PRIMERA CITA. PRIMERA VEZ

Era mi primera cita. Salí de casa sumamente nerviosa; no sabía qué era aquello. Además era la primera vez, sin embargo, yo lo había prometido y no podía echarme atrás.
No debía tener miedo. Al fin y al cabo era yo quién había pagado por él. Cuando llegué al quicio de la puerta un escalofrío estremeció todo mi cuerpo. Cuando la puerta se abrió, tuve que hacer un esfuerzo por controlar el temblor de las piernas. Entré. Él me estaba esperando, me tomó por el brazo y me llevó a una habitación. Con la mayor cortesía me invito a acostarme. Aunque era la primera vez que hacía aquello, cuando le vi me inspiró confianza y comprendí que no podría encontrar una persona más adecuada para hacerme lo que él estaba a punto de hacer.
Poco a poco, se fue acercando. Creo que notó mi nerviosismo, y trató de tranquilizarme diciéndome que sabía lo que había que hacer, cómo y dónde hacerlo. Lo había hecho cientos de veces y nunca había recibido ninguna queja.
Por fin, cuando mis músculos comenzaron a relajarse, me indicó cual era la postura más adecuada y poniéndome la mano en el hombro continuó diciéndome cosas agradables para darme ánimos.
La proximidad entre los dos se hizo casi dolorosa, sentí la presión de sus manos en mi brazo y el cálido y agradable aliento de su boca acercarse a mi rostro.
De repente me entró algo duro. Me cogió por sorpresa; mi cuerpo no estaba acostumbrado a este tipo de experiencias y comenzó a temblar. Pasaron minutos que me parecieron siglos; de pronto comencé a sentir un dolor insoportable y lance un grito a la vez que todo mi ser se estremecía.
A medida que transcurrían los minutos el dolor se iba haciendo más y más fuerte y no tardó en empezar a salirme sangre. Le dije que lo sacara, que me estaba doliendo mucho, pero me dijo que ya casi estaba y que no podía dejarlo así. Grité angustiada y dolorida hasta que se me saltaron las lágrimas.
Inesperadamente el dolor cesó y mi cuerpo fue recorrido por una indescriptible sensación de bienestar. Entonces me di cuenta de que todo había acabado, ya no tenía sentido seguir protestando. Llegó la hora de marcharse.
Le agradecí al dentista que me hubiese sacado esa muela que tantísimo me dolía y me despedí pidiéndole disculpas por mi exagerado comportamiento.
¡Adiós dentista!

No hay comentarios:

Publicar un comentario