Estaba previsto que al cabo
de un mes el profesor Wiener y su familia cambiasen de casa. Su mujer, que
conocía perfectamente la cabeza de su pareja, comenzó a recordarle todos los
días, antes de que su marido saliese para clase, los avatares de la mudanza: "Norbert,
acuérdate que dentro de treinta días nos cambiamos de casa y que, cuando salgas
de la universidad, no tendrás que coger el mismo autobús sino el que te llevará
a la zona de nuestra nueva morada". "Si querida", respondía Wiener.
Así día a día, la paciente
esposa, advirtió a su marido del cambio. "Hoy es el día". - le indicó
- "Recuerda que debes subir, al salir de clase, al autobús que te
llevará a nuestra nueva casa".
"No te preocupes. Adiós, querida".
Claro está, al salir de la universidad, Norbert
cogió el autobús de siempre. Llegó a su antigua casa y al bajar se dio cuenta
que ya no vivía en aquel lugar.
Como no sabía ir, desde allí, a su nueva casa,
cogió de nuevo el autobús que le llevaba todos los días a la universidad. Se
bajó y esperó a que llegase el otro. Se subió y llegó a la zona residencial que
albergaba su nueva vivienda. Al bajar se encontró con una gran número de chalet
y no fue capaz de identificar el suyo.
Empezó a dar vueltas. Se estaba haciendo de noche
y todavía no había encontrado su hogar. Perdido, se acercó a una niña que iba
por la calle y le dijo: Perdona, ¿no sabrás dónde viven los Wiener?
La niña:
"Si papá, venga, te llevo a casa".
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