En un pueblo vivían dos hombres que se
llamaban Joaquín González; uno era sacerdote y el otro taxista.
El destino quiere que mueran el
mismo día; llegan al cielo, donde les espera Dios.
¿Tu nombre?
Joaquín
González, el taxista.
Bueno, te has ganado el Paraíso, toma
esta túnica de oro y esta vara de platino con incrustaciones de rubíes, puedes
pasar.
Pasan dos o tres personas más, hasta
que le toca el turno al otro Joaquín González.
¿Tu nombre?
Joaquín
González, el sacerdote.
Muy bien, te has ganado el Paraíso, toma
esta bata de lino y esta vara de roble con incrustaciones de granito.
Perdón,
pero debe haber un error, yo soy Joaquín González, el sacerdote.
Ya lo sé, te has ganado el Paraíso, te
corresponde la bata de lino...
No
puede ser, conozco a Joaquín González el taxista, vivía en mi pueblo, era un
desastre como taxista, se subía a las aceras, chocaba todos los días, conducía
muy mal, tiraba las farolas, se llevaba todo por delante y yo me pasé setenta y
cinco años de mi vida predicando todos los domingos en la parroquia. ¿Cómo
puede ser que a él le den la túnica de oro y la vara de platino y a mí esto?
Debe haber un error.
No hay ningún error, lo que ocurre es
que aquí, en el cielo, nos hemos acostumbrado a hacer evaluaciones como las que
hacéis vosotros en la vida terrenal.
¿Cómo?
No entiendo.
Sí, ahora trabajamos por objetivos y
resultados. Mira, durante los últimos 25 años, cada vez que tú predicabas, la
gente se dormía; pero cada vez que él conducía, la gente rezaba. Y, los objetivos son los
objetivos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario